dissabte, 5 de maig del 2012

EL HOMBRE QUE PLANTABA ARBOLES (Jean Giono)


Después de la tristeza de los días del incendio, y del pesimismo que destilaba el último cuento que os ofrecimos (El refugiat de Maria Barbal), he querido ofreceros una mirada más optimista y positiva de la vida. Y que mejor que el cuento del escritor francés Jean Giono (“El hombre que plantaba árboles”), ¡para devolvernos la confianza y la ilusión en el género humano!

No voy a desvelar ningún secreto si explico un poco el argumento del cuento; ya que su título resulta lo suficientemente explícito. En el relato que os ofrecemos hoy, Giono nos narra lo que –en palabras del propio autor- es una de sus ideas más preciadas: la de hacer amar a los árboles, o para ser más precisos, hacer amar plantar árboles, como un modo de evitar la desertización.

Quizás la idea de Giono quede (aquí y hoy) un tanto desfasada; sobretodo si tenemos en cuenta que en Cataluña, a lo largo del siglo XX, la superficie forestal ha pasado de ocupar el 18 % a hacerlo del 60 %; o que el bosque español en la segunda mitad de ese mismo siglo, no sólo no perdió terreno, sino que tuvo el mayor crecimiento de su historia, gracias a las 4 millones dos cientas mil hectáreas repobladas. Así pues, a fecha de hoy, quizás el problema, no sea tanto el de plantar árboles y repoblar, sino más bien el de gestionar el bosque. Más si cabe, cuando las administraciones, en muchos casos por comodidad, otras veces influidas por un ecologismo mal entendido, han adoptado la errónea concepción de la conservación, como la ausencia de intervención. Muchas veces no sólo se han limitado a no intervenir, sino que han prohibido y restringido los usos tradicionales, haciendo desaparecer a los verdaderos gestores del bosque.


Aún así, he querido ofreceros este cuento, por que no es sólo la historia de un hombre que plantaba árboles (Elzeard Boufier), es un verdadero canto al amor a la naturaleza; es también la historia de un hombre que lucha tenazmente en su sencilla tarea diaria, con una determinación y un desinterés absolutos. El trabajo de este hombre -apacible y constante-, y su derroche de generosidad, nos devuelven la esperanza en la condición humana.

Tal vez todos nosotros, hemos tenido más cerca de lo que podamos llegar a imaginar, a otros Elzeard Boufier. Quizás siempre ha habido alguien a nuestro lado, que con su sencilla tarea diaria, constante y abnegada, nos ha hecho la vida más llevadera. ¡Pensadlo! . . . y pronto os vendrá a la mente su nombre.