Después de la tristeza de los días
del incendio, y del pesimismo que destilaba el último cuento que os ofrecimos
(El refugiat de Maria Barbal), he querido ofreceros una mirada más optimista y
positiva de la vida. Y que mejor que el cuento del escritor francés Jean Giono
(“El hombre que plantaba árboles”), ¡para devolvernos la confianza y la ilusión
en el género humano!
No voy a desvelar ningún secreto
si explico un poco el argumento del cuento; ya que su título resulta lo
suficientemente explícito. En el relato que os ofrecemos hoy, Giono nos narra
lo que –en palabras del propio autor- es una de sus ideas más preciadas: la de
hacer amar a los árboles, o para ser más precisos, hacer amar plantar árboles, como
un modo de evitar la desertización.
Quizás la idea de Giono quede (aquí
y hoy) un tanto desfasada; sobretodo si tenemos en cuenta que en Cataluña, a lo
largo del siglo XX, la superficie forestal ha pasado de ocupar el 18 % a
hacerlo del 60 %; o que el bosque español en la segunda mitad de ese mismo
siglo, no sólo no perdió terreno, sino que tuvo el mayor crecimiento de su historia,
gracias a las 4 millones dos cientas mil hectáreas repobladas. Así pues, a
fecha de hoy, quizás el problema, no sea tanto el de plantar árboles y
repoblar, sino más bien el de gestionar el bosque. Más si cabe, cuando las
administraciones, en muchos casos por comodidad, otras veces influidas por un
ecologismo mal entendido, han adoptado la errónea concepción de la
conservación, como la ausencia de intervención. Muchas veces no sólo se han
limitado a no intervenir, sino que han prohibido y restringido los usos
tradicionales, haciendo desaparecer a los verdaderos gestores del bosque.
Aún así, he querido ofreceros
este cuento, por que no es sólo la historia de un hombre que plantaba árboles
(Elzeard Boufier), es un verdadero canto al amor a la naturaleza; es también
la historia de un hombre que lucha tenazmente en su sencilla tarea diaria, con una
determinación y un desinterés absolutos. El trabajo de este hombre -apacible y
constante-, y su derroche de generosidad, nos devuelven la esperanza en la
condición humana.
Tal vez todos nosotros, hemos
tenido más cerca de lo que podamos llegar a imaginar, a otros Elzeard Boufier. Quizás
siempre ha habido alguien a nuestro lado, que con su sencilla tarea diaria,
constante y abnegada, nos ha hecho la vida más llevadera. ¡Pensadlo! . . . y
pronto os vendrá a la mente su nombre.